Querida comunidad.

Quisiera compartir con vosotros la homilía de este domingo, en la que os anuncio algo importante sobre mi vida sacerdotal.


Queridos hermanos en Cristo.

Solo tres veces he escrito la homilía de misa y la he leído. La primera vez fue en mi primera misa, el 4 de mayo de 2014; la segunda fue cuando anuncié que me marchaba en la primera parroquia que estuve… y la tercera es hoy.

Estamos en el segundo domingo de Cuaresma y acabamos de escuchar el evangelio de la Transfiguración del Señor. Los dos primeros domingos de cuaresma ponen ante nosotros el camino hasta la Pascua. La semana pasada escuchábamos la lucha de Jesús con el demonio. El mal existe y está personificado en el demonio, que se empeña en que la muerte venza. Pero, a pesar del sufrimiento y a través de él, Cristo vence al mal, vence al demonio.

Y en esta segunda semana contemplamos, de manera anticipada, lo que precede a esa victoria sobre el pecado y la muerte, es decir, la gloria de la resurrección.

He aquí el itinerario cuaresmal hacia la Pascua. Un camino de lucha y fortalecimiento contra el pecado y la muerte, que nos permita acoger el infinito don inmerecido de la gloria de la resurrección.

Pero hoy también escuchamos en la primera lectura la vocación de Abraham, que está sencillamente narrada en el Génesis. Recuerdo que fue en el seminario, más concretamente en el curso preparatorio que se hace antes de entrar en el seminario, donde me explicaron en profundidad este texto de la Palabra de Dios.

Allí descubrí que esa llamada a Abraham, hecha 1.800 años antes de Cristo, seguía resonando en la historia. Y entendí que aquella voz de Dios me hablaba también a mí y me invitaba a salir de mi tierra e ir en busca de lo que Él me tenía reservado. Por eso entré en el seminario y por eso soy sacerdote. Aquella intuición mía acerca de la llamada de Dios al sacerdocio fue confirmada por la Iglesia cuando el obispo pronunció aquellas palabras el día de mi ordenación: “elegimos a estos hermanos para el orden de los presbíteros”. El 3 de mayo de 2014.

Y me equivocaría si pensase que, por el hecho de haber recibido la llamada a ser sacerdote, debo olvidar aquella pregunta a Dios tan importante: “¿Qué quieres Señor de mí?”. Por eso recibí como un regalo de Dios la primera parroquia por la que pasé: La Purificación de Nuestra Señora. Por eso recibí como un regalo de Dios mi nombramiento como director espiritual en el movimiento de Cursillos de Cristiandad, donde yo me encontré con Jesucristo por vez primera y donde floreció mi vocación al sacerdocio.

Y por eso recibí como un regalo de Dios el nombramiento como párroco de esta parroquia: Santa Maravillas de Jesús. Donde estoy aprendiendo, en mayor profundidad, lo que significa ser padre.

Pero estos no son los únicos regalos que Dios me ha ido haciendo, hay muchos más. Y entre ellos, una inquietud que Dios puso en mi corazón desde que estaba en mi último año de seminario. Se trata de un deseo de conocer aquellos lugares que culturalmente son muy distintos a España e incluso donde los cristianos son una minoría y en ocasiones perseguidos por su fe.

Esta inquietud me llevó especialmente al mundo árabe y a Oriente Medio, de hecho, he aprendido el árabe como un esfuerzo por estrechar lazos de comunión. También conocí Perú, en Sudamérica, y constaté los frutos de la evangelización española. Estuve en Asia, en China, donde la Iglesia Católica o es perseguida a muerte o es dominada por el sistema comunista. También conocí Japón, culturalmente tan distinto y donde los cristianos son menos de un 0’5% de la población. Justo antes de llegar a la parroquia, el Señor me regaló visitar Calcuta, conocer la India, y poder trabajar allí con las Misioneras de la Caridad. Allí toqué la carne herida del pobre moribundo y aprendí a reconocer a Jesucristo en el pobre.  Recientemente, el pasado verano, con un grupo de jóvenes de la parroquia, visitamos Tanzania, en África, donde conocí una Iglesia joven, alegre y muy viva.

Todo esto ha ido modelando mi corazón y ha hecho que aparezca en él un deseo de entrega con matices distintos al que recibí cuando el Señor me llamó a ser sacerdote. Es un deseo que se parece más a la llamada de Abraham: “Sal de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré”.

Desde hace dos años vengo discerniendo con mi director espiritual esta inquietud y, después de la experiencia misionera en África el verano pasado, me decidí a compartirlo con nuestro obispo D. Carlos. Él se ha mostrado en todo momento disponible y me ha ayudado en este discernimiento. Finalmente, me dio el permiso para marchar como misionero el próximo verano, sin billete de vuelta.

En este discernimiento ha habido muchas cosas que valorar y no ha sido fácil. Me duele en el alma tener que separarme de vosotros, con quienes he establecido, de una manera especial, ese vínculo paterno-filial propio del sacerdote. Me resulta muy difícil tener que separarme de mi familia y, cuanto más se acerca la fecha de marcharme, más claro voy viendo la importancia de la familia.

En fin, entiendo que no va a ser fácil marcharme, ni para mí, ni para vosotros, ni para mi familia. Ni tampoco va a ser fácil mi labor en la que será mi nueva casa: la diócesis de Osaka, en Japón. Una diócesis que tiene quince millones de habitantes y donde los cristianos son un 0’3% de la población. Allí las religiones mayoritarias son el sintoísmo y el budismo, aunque en realidad la secularización de la sociedad está tan avanzada en Japón, que la filiación religiosa suele ser algo heredado pero con lo que uno no se identifica o, al menos, que no tiene incidencia sobre la propia vida.

El domingo 28 de mayo me despediré solemnemente en la misa de 12:30 y lo celebraremos con unas buenas paellas. Y permaneceré en la parroquia hasta el 1 de junio, jueves, fecha en la que marcharé a visitar a mi familia durante dos semanas. Y finalmente llegaré a Japón el lunes 19 de junio. El Consejo Episcopal se encargará de elegir a un nuevo párroco que siga acompañándoos y llevándoos hacia Dios. Yo, por mi parte, os tendré muy presentes en mis oraciones en la tierra del sol naciente. Haced vosotros lo mismo conmigo, por favor.

Muchas gracias.